Hay días aciagos
en que el irremisible eje de la tierra
chirría al encontrarse con su tope,
en que el nimio equilibrio
entre lo centrífugo y lo centrípeto
se quiebran.
Ese día, el cataclismo tiene
magnitudes nimias.
Tus ilusiones vuelan a la estratosfera
y suspiras porque alcancen las orbitas
de tus asteroides favoritos.
Y a ti te toca hundirte,
en el núcleo arenoso de tu suelo
en el húmedo mar que te dio vida
como Alfonsina.
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