lunes, 2 de enero de 2006

RECUERDOS (Primera parte)












                                                                                 

I
Marisa


Aquel trayecto era como una montaña rusa. Cuando quedaba atrás el barrio de Los Caños, el tranvía bajaba rápido hasta Las Siete Torres, subía lento hacia La Riouxa, volvía a coger velocidad hasta el acueducto de los Cuatro Puentes, otra vez lento hasta la tienda de la Sra. Pilar y en la cuesta de Concha "la muda" el Sr. Antonio empezaba a hacer sonar el timbre. 

Siempre era lo mismo.

Entonces miraba hacía la ventana de aquella casa pintada de azul y beige con una escalera de piedra que subía hacia la puerta y gran mesa de piedra en el patio

Ella estaba allí, morena y hermosa diciéndole adiós con la mano desde la pequeña ventana verde.

Tenía que escribirle aquella carta ya o sería demasiado tarde.

Dos paradas más y vuelta en cocheras. Bajó del tranvía unos minutos para usar en baño en el bar y fumarse un cigarro.

Al salir había dos personas esperando para subir.

Comenzó la marcha de nuevo en sentido inverso, pensando si volvería a verla de nuevo.

Al pasar la primera curva la vio, iba acompañada de su hermana y llevaban unas tinas llenas de ropa, el río estaba cerca, así que se imaginó que iban a lavar bajo el puente.

Le sonrió tras el cristal de la cabina mientras hacía sonar el timbre de nuevo y ella le devolvió la sonrisa

En la próxima parada vio a su hermano Santiago esperando para subir.

Todos eran altos, morenos y guapos, se parecían mucho.

Le saludó pícaramente

-Antonio vas a tener que pelear un poco por ella.

-Lo sé, estoy preparado, pero peor lo he pasado en la guerra, le contestó el tranviario con el palillo entre los dientes.


El río bajaba con el agua cristalina y fría. Ellas dejaron las tinas en el suelo sobre unas rocas, se pusieron unos trapos bajo las rodillas y empezaron lavar con aquel jabón barato, el añil y la lejía prestos para su uso. Había ropa que debía ir al clareo

Mientras lavaban su hermana Lola le dijo:

- Me voy a volver a La Línea, me ha escrito Pedro, me pide que vuelva me case con él. Aquí no me gusta estar, echo de menos aquello y le echo de menos a él. Y tú deberías de dejar de pensar en el tranviario,!que tienes novio ya chiquilla!

- ¡Pero es tan guapo!, ¿te has fijado en esos dientes? ¿Y su sonrisa?

- Pero si eres más alta que él criatura, ¿tú que estás pensado Marisa?, dijo Lola

- No sé, me gusta ese chico y además…Odilo no es mi novio, aunque él se lo crea

Llegaron otras mujeres y les preguntaron por su madre.

- Va tirando, dijo Marisa

El tío José nunca había aparecido, o lo tiraron o se calló del barco destino Nueva York. Nunca lo sabrían. Santiago se iba a Argentina. Su madre llevaría luto toda la vida.

Cambiar de lugar no había aplacado sus penas, su padre lo había decidido así, tenía trabajo en un barco de marinero, el pescado nunca faltaba en aquella casa, pero si ahora Lola se iba de nuevo al Sur, sería otra mala noticia.


El sol se reflejaba en los cristales de las ventanillas mientras avanzaban hacía el centro de la ciudad. El viaje era una maravilla diaria, el paisaje de la ria era tan hermoso, hiciera frío o calor, daba igual si llovía, si era otoño o primavera, los colores siempre cambiantes lo inundaban todo.

En la cabina el revisor hacía su trabajo. Era el último viaje del día y Antonio tenía prisa por llegar a casa, comer y escribir aquella carta, ya no podía esperar más o se iba a volver loco.

Sabía que Santiago se la entregaría.

  
Encerrado en la pequeña habitación se dispuso a ello. Su espléndida letra iba cubriendo la hoja en blanco lentamente.

Querida Marisa, hace poco tiempo que nos conocemos y nunca hemos hablado pero tus hermanos me conocen y saben que solo una buena persona, honrado y trabajador, no tengo nada, soy pobre, no te puedo ofrecer otra cosa que mi vida y mi sueldo que no es mucho, pero te pido que dejes de salir con ese chico con el que bailas todos los domingos y salgas conmigo. Eres muy guapa, sé que te han ofrecido ser modelo en esa tienda de novias tan cara de la ciudad y que tu madre no te ha dejado aceptar el trabajo, pero no te preocupes por eso, hay cosas mejores.
El domingo te esperaré en el "Buenos Aires" y te voy a pedir que bailes conmigo
Si aceptas ese baile sabré que la respuesta es si.
Acepta y seré el hombre más feliz del mundo
Esperando que llegue el domingo te saluda afectuósamente
Antonio

Metió el papel en el sobre y al día siguiente se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta marrón de pana del uniforme. Esperó tres días con la carta allí. En esos tres días solo la vio una vez. Iba con sus compañeras camino de la fábrica de pescado. Pero ella le devolvió la sonrisa. Estaba ya desesperado porque era viernes.

Santiago subió al tranvía en la calle Colón camino de casa, venía de arreglar los papeles para su viaje a Argentina.

Nervioso sacó la carta del bolsillo de la chaqueta y se la entregó.

- Dásela hoy. te irás pronto y solo tú puedes hacerme este favor, le dijo

- No te preocupes hombre, hoy mismo se la daré.

Cuando Santiago bajó en su parada, se quedó pensando que en aquella carta iban sus ilusiones y esperar hasta el domingo se le iba a hacer eterno

Marisa recibió la carta en la habitación de su hermano cuando le llevaba la ropa planchada

-Toma, me la dio Antonio para ti, solo te pido que tengas cuidado y pienses lo que vas a hacer, no disgustes a mamá.

Se la metió en el bolsillo del mandil para que su madre no la viera, salió de la casa y corrió escaleras arriba por la pequeña finca, hasta llegar al viejo árbol bajo el muro de las vías del tren.

La olió, la acarició y entonces y solo entonces rasgó el sobre, desdobló la hoja y se sentó en la húmeda hierba.

Mientras la leía, una sonrisa cada vez más grande se dibujaba en su boca, hasta que soltó una pequeña carcajada, el corazón se le aceleraba y unas gotas de sudor brillaban en su frente.

Al levantar la vista vio a su padre fumando en el banco de piedra, delante de la casa de tía Felisa, reconoció a su hermana Carmen en la ventana de la sastrería. y entonces pensó que Carmen, tenía un vestido nuevo, que se había hecho en la modista, se lo pediría prestado para el domingo, pero sabía lo que iba a costar, fregar toda la semana a ella

El sábado pasó rápido entre limpiezas, cambios de camas, plancha y comidas. Por la tarde fueron al cine Odeón las tres hermanas juntas y Marisa solo pensaba en lo que iba a poner al día siguiente con el vestido y como se iba a peinar.

Esa noche apenas durmió.

El domingo llegó con niebla, el día era gris. Puso la radio y empezó a cantar mientras ayudaba en las tareas de la casa. Su madre la miraba extrañada

- Muy contenta estás tú hoy chiquilla, canta menos y piensa que el que mucho ríe acaba llorando.



La comida de los domingos era la más familiar, a la hora del café subían los primos y las primas que vivían cruzando la calle, salían al patio delantero y sobre la mesa de piedra ponían pasteles. La tertulia duraba hasta las cinco. .

Marisa se vistió con esmero, el pelo tirante, le despejaba la cara, pero unos pequeños rizos se le escapaban indomables. El bolso de charol negro a juego con los zapatos de tacón de aguja brillaban ese día como nunca antes, El vestido azul celeste le sentaba como un guante. Se puso unas gotas de su perfume favorito tras las orejas, en las muñecas y en el pañuelo de lunares, se pintó los labios y sonrió ante el espejo.

Lola y Carmen la miraban, haciendo gestos a su espalda

- Mírala, si parece la Garbo

- Vamos o perdemos el tranvía de las seis y los domingos solo pasan de hora en hora.

A las seis y media llegaron al "Buenos Aires"

Ojeó nerviosa a los jóvenes esperando ver a Antonio. Estaba con un grupo de chicos hacia los cuales se dirigía ya su hermano Santiago acompañado de sus primos.

Las chicas fueron hasta la barra y pidieron unas bebidas,

La orquesta Trébol tocaba un twist. Pronto cambiarían a música lenta

-"Hagan pareja", decía el vocalista desde el escenario.

Y comenzó a sonar aquella canción..."Muñequita linda." Le vio venir como a cámara lenta. Llevaba un traje gris, camisa blanca, sus ojos azules la miraban sin pestañear, los dientes perfectos y aquellos labios endemoniádamente bonitos y carnosos se abrieron para decir...

- ¿Hola, bailas conmigo?

Su voz no quería salir, estaba temblando.

- Si claro, dijo cuatro segundos después

Abrazados comenzaron a bailar. Ella le llevaba unos pocos centímetros de altura. Se miraban el uno al otro, esperando quién hablaría primero

Él lo hizo

-¿Te gusta esta canción? Le pedí a la orquesta que la cantara. Esta letra es para ti.

- Es una letra preciosa, gracias, dijo ella

- Entonces ahora ya eres mi novia. Y esta será nuestra canción.

No se separaron en toda la tarde. Bailaron lento y rápido, se rieron juntos y él la acompañó hasta la parada del tranvía y se despidió diciendo

-Siempre, antes de llegar a tu casa, en lo alto de la curva haré sonar el timbre, te doy unos segundo para que te dé tiempo salir a la ventana y saludarme

- Jajajaja, eres muy simpático pero si no estoy en casa en ese momento que harás?

- Volver a hacerlo hasta que te vea. Sé cuando estás en casa y cuando estás en la fábrica, lo sé todo de ti, y el domingo te espero aquí de nuevo, pero verte, te veré todos los días de mi vida.

- Pues hasta mañana, contestó Marisa mientras subía con sus hermanas al tranvía

- Yo también subo, recuerda que soy tranviario y los viajes me salen gratis, luego me vuelvo con el mismo de vuelta a mi casa.

- ¿No prefieres quedarte con los chicos?

- No, ya no. Ahora tú eres mi chica.

Pasaron los domingos y un año más tarde llegó el día en que Marisa tenía que hablar con sus padres. Antonio quería casarse con ella y ella había aceptado



Marisa tenía doce años cuando su padre decidió subirse al Norte. Su hermana vivía allí y les convenció para vender la casa e irse. Tía Lola quería que su sobrina Lolilla por la que sentía un inmenso cariño se quedara con ella, pero Doña Concepción no estaba de acuerdo Después de perder a una hija por tuberculosis y un hijo desaparecido en el mar, no podía quedarse sin otro más.

Vendieron la pequeña casa y con lo que sacaron y unos pequeños ahorros subieron hasta la otra punta del país. El viaje fue muy largo por caminos y carreteras llenas baches y barro.

Hicieron la nueva casa entre todos, el terreno un poco complicado estaba entre la carretera y la vía del tren, pero la playa estaba a diez minutos andando y era una ventaja para su padre marinero y para ir a la conservera a trabajar.

Plantaron verduras, lechugas, patatas, árboles frutales, pexegos, ciruelos blancos, rojos y claudios; y hasta hicieron una cochinera y un gallinero.


La conservera era un edificio simple, cuadrado y blanco con unas letras rojas donde se podía leer "Conservas Louro". El olor a pescado era desagradable e intenso, pero se acostumbraron pronto a él.

Docenas de mujeres bajaban de las zonas altas cruzando el monte a las cuatro de la mañana para empezar a trabajar a las seis en punto, cuando sonaba aquel pitido como señal.

Les dejaban a precio más barato las conservas y Lola y ella llevaban a casa grandes latas de alcriques y bonito. Al final del verano mariscaban el berberecho, la almeja y las navajas. .Un camión les subía a casa dos veces al año las conchas de los berberechos y las usaban para hacer los caminos entre sembrados y que no se formara barro. Eran tiempos difíciles y el estraperlo sacó a su madre de casa, había muchas bocas que alimentar y hacer los ajuares de las chicas costaba dinero.

De Portugal traían café, azúcar, garbanzos, alubias jabón, mantequilla bajo las faldas.

De las ventanillas de los trenes salían volando los sacos antes de llegar a la estación central. La situación de la casa era una ventaja.

Siempre había cosas que hacer, entre los trabajos fuera y los de la casa pasaban los días.

Lolita se había ido de nuevo al Sur, vivía con tía Lola y salía con Pedro., pero él no era de los casarse, nadie lo haría entrar en una iglesia.

Su hermano Santiago llegó a Argentina sano y salvo y salía con una chica. Carlos estaba en Tenerife, Isabel en Orense casada con un ferroviario de Renfe y así Marisa se quedó sola con su hermana Carmen y sus padres.



     Todo era trabajo y más trabajo. Los colchones de hojas de mazorcas recibían sus enfados en cada sacudida. Para los de lana, venía una señora una vez al año a descoserlos, limpiar y peinar la lana y volver a llenarlos. La leche la traía la señora Soriana de su vaca Pinta y con la nata que quedaba al hervirla, hacían bizcochos.

Tenían huevos frescos, matanza una vez al año y se sentían afortunados por ello.

Una noche Marisa se despertó al oír un fuerte ruido en el piso de abajo, pensó que a sus padres les ocurría algo, se puso una bata y bajó las escaleras sigilosamente. Al llegar al final vio un hombre con dos paquetes en la mano y una garrafa de agua meterse en una trampilla. Su madre estaba con él y le ayudaba, cerró despacio, puso la alfombra de nuevo sobre el cemento y le dijo que la ayudara a poner la máquina de coser sobre la alfombra.

Entonces le explicó que el hombre tenía que esconderse un par de días porque los fascistas le seguían que no dijera nada a nadie, que vendría una mujer llamada Ángela a buscarle. Años más tarde volvería a ver a esa mujer

Había que tener mucho cuidado con lo que se hablaba y delante de quién, el pueblo estaba lleno de chivatos.

Collazo era el dueño de la ferretería, un cojo putero y sin vergüenza amigo de los nacionales, les había avisado donde vivía un rojo y al pobre le fusilaron en su propio campo de maíz.

Entonces Marisa pensó  como le iba a pedir a su madre que aceptara a Antonio, si este había estado en el bando nacional. De ayudante en los hospitales si,....pero en el bando nacional.



II

Antonio

La señora María tenía ya cinco hijos cuando nació Toñito. Era el año 1919 y la pobreza y la miseria eran enormes. La vieja y pequeña casita a la entrada oeste de la ciudad se quedaba pequeña y el frío y la humedad de colaban por todas partes.

EL chiquillo rubio y rollizo de ojos azules nació un dos de febrero. El niño creció flaco y pálido por la falta de alimento. Durante su infancia heredaría los zapatos de sus hermanos mayores y usaría los mismos pantalones varios años, limpios, pero remendados y requeteremendados.

Se metió a monaguillo de Don Fernando, el cura de la iglesia. Era un cura mal encarado y con las manos muy largas. Escapando a todas horas de sus zarpas, se acurrucó en el cariño de una profesora de la vieja escuela del barrio y así consiguió cuadernillos de caligrafía, libros para leer y una cultura básica.

Tenía ya nueve años, cuando un día su padre llegó a casa con unas botas y se lo llevó con él a las descargas del puerto

Las descargas eran muy duras; carbón, pescado o lo que mandaran los consignatarios de buques. Todo era bueno para llevar unas monedas a casa.

Era un chico despierto y muy curioso. Del puerto pasó a botones, de botones a repartidor y de repartidor a recadero de un ilustre notario de la ciudad. Conocía la ciudad como nadie, los mejores restaurantes y bares, las mejores tiendas. Sabía quién era quién. Acompañaba a la esposa del notario y le llevaba los paquetes a casa. Ella le tenía cariño al chaval ya que no tenía hijos y siempre tenía un poco de chocolate o un bocadillo para él.

Llegó 1936. Antonio tenía 17 años y su hermano Eduardo estaba en Madrid con el bando republicano. Un día recibieron en casa la visita de Don Fernando. Quería que Antonio se alistara en el bando nacional. Su madre se negó y el chico no quería ni por asomo participar en la guerra.

A la semana siguiente le subieron a la fuerza a un camión y se lo llevaron junto a varios hombres.
Doña María desesperada acudió a pedir ayuda a casa del notario y un mes más tarde le destinaron al ala sanitaria como ayudante de los practicantes. Aprendió a poner inyecciones, hacer vendajes y un día se lo llevaron a Madrid

Buscaría a su hermano Eduardo

Los piojos y los chiches estaban por todas partes. Vio heridas y muerte y vivía con ello día a día.

Limpiaba heridas, orinales y lo que hiciera falta. Para él eran seres humanos

Localizar a su hermano era más difícil de lo que se imaginaba. Hasta que dio con su novia, una chica de Cuatro Caminos que hizo posible que los dos se reunieran dos semanas más tarde.

Entonces montaron el plan para que Antonio volviera a casa. Su hermano no quería que se viera involucrado en la guerra y tenía miedo que un día lo mandaran al frente y tener la mala suerte de encontrase los dos, uno en cada bando. Ya se habían dado demasiados casos de muertes entre hermanos.

Dos años después del comienzo de la contienda, Antonio recibió un tiro en la espalda cuando paseaba tranquilamente por la ciudad. La herida no era mortal pero si lo suficientemente grave como para mandarlo a casa

Eduardo murió poco después dejando mujer y dos hijos en Madrid y a los que Antonio visitaría casi todos los años.

Al terminar la guerra, los conductores de tranvías eran todos excombatientes franquistas.

Así les pagaban los favores. Con un puesto de trabajo.

Conoció a Santiago en los viajes de ida y vuelta cuando este trabajaba en Rivas e Hijos, esta empresa abastecía a los buques de alimentos y demás enseres para las travesías a América y así se hicieron grandes amigos.

El primer día que vio a Marisa llovía a mares y subió con su hermano en la línea 6. En cuanto la vio sabía que esa sería la madre de sus hijos. Poco después se hicieron novios en aquel baile.

El año de novios pasó entre playa en verano, disfraces de carnavales con sus pandillas, bailes en el Buenos Aires y cine en el Odeón

Y llegó el día en el que debía pedir su mano.

Primero se hizo en encontradizo con el padre de Marisa. El señor Alejandro era un tipo alto, amable y muy sonriente. Su cara reflejaba la dureza del mar y tenía un color de piel moreno, el pelo rizado y los ojos azules, y fumaba Celtas

Entró en el bar de Dora y esperó. Sabía que a esa hora se tomaba una taza de tinto antes de la cena. Le vio llegar con unas medicinas en la mano. Venía de la farmacia de Don Jesús situada al lado del bar. Esperó a que le pusieran lo que pedía y entonces le habló.

-Que hay señor Alejandro, ¿hay enfermos en casa?

-No, son vitaminas para Carmen, tiene anemias y en la sastrería pilla muchos fríos, está un poco débil

-Bueno señor Alejandro, me gustaría hablarle de mi noviazgo con su hija Marisa, creo que es hora de casarnos y me gustaría pedirle su mano. Mi padre ha muerto hace seis meses y me gustaría saber si ustedes nos recibirían en su casa para la pedida.

-¿Y donde pensáis vivir muchacho? Tú sueldo es muy pequeño para pagar un alquiler y menos para comprar algo.

-Estaba pensando si nos deja esa pequeña casita al lado de la sastrería de su hermana Felisa 

-Es vieja, hay que reformarla y mi mujer la tiene reservada para cuando Carlos vuelva de Tenerife con su mujer. En cuanto acaben de construir el nuevo puerto canario, volverá a los astilleros. No sé .Sabes que a mi mujer no le caes muy bien y sabes porque, sé que eres un buen hombre, pero ella ha sufrido mucho y su carácter no es el mismo que hace unos años. Hablaré con ella y veremos lo que se puede hacer.

A los tres meses se casaron en la iglesia del pueblo.. Fue un precioso día de verano.

Ella subió la cuesta vestida de negro encaje, un velo sobre su cabeza, un collar de perlas y un blanco ramos de rosas

Él la esperaba nervioso, el traje negro, la camisa blanca, corbata y brillantes zapatos. Tocaba los anillos dentro del bolsillo de su chaqueta cuando la vio entrar alta y hermosa, con su rizada melena negra suelta sobre los hombros

Doña Concepción nunca les dio la casita, los mandó a vivir a la buhardilla de la casa y allí empezaron su nueva vida.

Un año más tarde nació Manuel, su primer hijo y 4 meses después la criatura pilló la meningitis sufriendo un retraso severo. Tuvieron siete hijos más. Una chica murió a los seis años de la misma enfermedad y una pérdida de un varón a los ocho meses de embarazo, cuando Marisa sufrió una caída en la fábrica de conservas causada por un resbalón

Lucharon juntos en la salud y la enfermedad.



(Fin de la primera parte)