viernes, 13 de abril de 2012

Manifiesto.




Descripción de la génesis y evolución de un síndrome antiguo y sin terapia. Consideraciones higiénicas y casos de exacerbación

Pasa a veces que tras leer y leer, desde las matriculas de los coches hasta los prospectos de los limpiadores, el cuerpo se vuelve adicto. De esta forma el movimiento de las pupilas será una constante focalización sobre las letras, sobre cualquier soporte ante cualquier motivo, un desplazar las pupilas lado a lado, como un temblor inconsciente un bamboleo, un inintencionado vaivén y un buscar a cada rato un texto escrito. Tus ojos serán como el foco de un faro escrutando irremisiblemente sobre un continuo horizonte lineal, las líneas de texto. Leer para conciliar el sueño, para evacuar los desechos, reponiendo fuerzas en el bar. Leer hasta las definiciones de las palabras que usamos con una más que adecuada competencia en el lenguaje, leer y releer lo ya leído. Leer en tu propio idioma y en los ajenos. Aprender hasta otra grafía para variar.

Me encerré en una biblioteca durante meses y tenía interiorizado mi rutina diaria de cuatro horas. Primero un manual de árabe para mover los ojos de derecha a izquierda. Luego unas poesías para coger ritmo. Y por último, un ensayo de matemáticas o filosofía. Daba igual se trataba de dar alimento a mis pupilas, de ejercitar la vigorexia ocular, de pasar de nivel en los campeonatos de erudición mundana, de matar el tiempo y escapar de la muerte que es el tedio.

He de reconocer en este punto que a veces también he leído con los ojos cerrados, aquello que estaba escrito en mis adentros. Que el tedio poco me ha alcanzado, tan solo cuando el exceso de ruido y las normas sociales me han impedido, el poder escucharme  para adentro, aquello que tenia escrito en mi memoria.

Pero un buen día quedé naufrago de de impresos. Aislado de cualquier civilización en fase histórica, tan solo rodeado de seres multimedia por ser generoso y no hablar de un mundo de iletrados. Y ese día, ese buen día tuve que fabricar mi propia medicina, ajustando las cocciones, calculando las medidas, pensando en la biodisponibilidad y en el déficit del esencial alimento que consumo. Tome un papel en blanco y empecé a situar ordenadas las letras una a una, componiendo las palabras y frases de un discurso, de un texto inédito, de una nueva creación. Y así logré estabilizar a mis pupilas y que siguieran la batuta de mi mano. Y me gustó y pensé que era bueno. Luego vino  coger ritmo  y desde entonces mi mundo es la escritura.

Dicen que un clavo saca a otro clavo, pero no es cierto. Este se está metiendo por el centro del primero. La vigorexia ahora es táctil, estoy de acuerdo, pero estimula los mismos centros del cerebro. Y como todos los vicios en cadena, el uno llama a otro y en barrena, el leer es escritura, y escribir siempre termina con lectura. Repasando cada coma y cada acento. Reescribiendo lo leído que es incierto y dedicado al menudeo de mi comercio.

Pero escribiendo, a veces se presenta sin aviso, una llamada clónica de ritmo, un golpe fugaz en los sentidos, un filtro estético y repentino, que hace escribir hasta la prosa como un verso. Ese momento lo vivo con ensueño, me inunda de un hormigueo por todo el cuerpo, me obliga a refugiarme más adentro, hasta derramarme en un éxtasis incierto.
Es como una epilepsia de la estética, con un nódulo de descarga en el cerebro, entre las áreas de la lectura y del lenguaje, y que he aprendido a provocarme y de ello abuso, pues no quiero anticonvulsionante que lo pare. A veces también la música baja los umbrales del disparo, sobre todo la ópera, y de alguna forma las artes plásticas, la pintura, la escultura, hasta el paisaje. Pero como todo trastorno de tipo epiléptico, puede presentarse en competencia con los recursos para la administración de la propia autonomía; robando horas al sueño, a la alimentación, a los compromisos sociales…

Solo pido a los poderes de este mundo, que no me priven del mal que yo padezco, y acepto la reclusión que por higiene, se nos aplique a los que se encuentran como yo. Hay que contener esta epidemia improductiva, que ni cotiza en bolsa ni relanza la economía. Acepto que este vicio no es ejemplo, ni para postreras generaciones ni la mía, pero que leyendo he visto que es antigua, que no dio la humanidad con un remedio, y ni la cárcel ni la tortura la detienen.

¿Qué puedo esperar de este infortunio y de esta enfermedad que a mi me asola?
Pues el seguir machacando mis sentidos, en consumir aquello que desata el verso cuando juegas con los ripios, el escuchar la melodías en que se exalta el ritmo y el espíritu, aquellas que me llevan cabalgando hasta el mismo borde del abismo y la locura. También el mantener aquellas relaciones que por la simple identificación empática de nuestros males comunes, tienden a compartir un poco de tu droga, pasándadotela cuando tu propia cocina escasea o ha decaído en propiedades. A veces tan solo se da como homenaje, por la vanidad gastronómica o para corresponder al último regalo recibido. Y es cierto, eso desequilibra aun más la dieta del veneno, aumenta la tolerancia y el consumo.

Entre nosotros mismos retroalimentamos nuestra locura, sincronizamos los ciclos del apogeo, nos buscamos en busca de una oída o de una papelina con un verso a media tarde. Y es tal la decadencia de nuestro estado y la perdida de autonomía que ello comporta, que nos hemos vuelto seres esencialmente promiscuos, dispuesto a cambiar un beso por un verso, un polvo por una antología y convertir en bacanal todo concierto. Es tráfico ilícito sí, pero de las endorfinas que generamos para el propio autoconsumo y que generan una estela en nuestro grupo hasta caer rendidos en los brazos de Morfeo.

He de dejar un último apunte higiénico a estas notas sobre la génesis y descripción de este mal. Si no quieres contagiarte evita las artes, cualquier exaltación del espíritu puede llevarte a este trance. La música, la pintura, la lectura, la escultura, el cine, el teatro... Consúmelos de forma ordenada siempre que no puedas evitarlos y pagando el correspondiente IVA y los derechos de edición y producción, pero nunca te lances a crear, pues estarás cavando tu propia tumba.

Una sola frase, unas notas que silbes en tu interior, un enfoque entre tus pulgares y tus índices, un buril y un martillo, la extensión de cualquier mancha sobre una textura, un fogonazo de luz pueden despertar a una neurona en tu cerebro. Volverla autónoma y permitir que tome el control de tu integridad y tu economía. Los profesionales que a ello se dedican están continuamente monitorizados por su agente y sometidos al control constante de los beneficios y los riesgos y con estricto sometimiento a los mercados.

Evítalas y rádialas de realidad o contrarréstalas con cualquier veneno- La sociedad de consumo ha puesto a nuestro alcance un amplio arsenal terapéutico-, porque si logran crecer y metastatizarse, se harán con el control de tus sentidos. Tus prioridades serán relegadas y serás un enfermo social hasta la muerte. Es tal la demencia social a que se llega, que los afectados se olvidad de sus necesidades sociales básicas. Se organizan en sus propios clanes y se dedican a darse placer hasta la muerte. Se sabe de los que matan por una musa, delinquen por un original y hasta aúllan a los cielos en noches de luna llena. Dicen cosas como "la hora en que la piel es más sensible", hurgan formas en la corteza de los árboles, la emprenden a golpes contra una piedra o modelan con sucio barro una escultura.

Y hay grados, sí, pero se han dado tantos casos de degeneración artística imparable. Que qué puede ser mejor que proteger tu salud y la de tu familia con productos testados socialmente. Arte de televisión, música de radio, lecturas de ediciones de gran tirada, pintura y escultura solo en viajes en grupo, y el teatro y los conciertos junto al ambigú de las hamburguesas durante las fiestas de tu barrio y rodeados de tu propio vecindario.

Evita sobre todo los productos de elaboración artesanal y clandestina ajenos al más pobre y primitivo circuito comercial. Internet ha hecho mucho mal en la extensión y difusión de esta patología con las características virales de su fuerza de comunicación.

Necesitar la autoexaltación de los sentidos en un mundo de moda, lujo y poder es ya solo en sí, un signo evidente de sospecha clínica. Consúltalo con tu asesor fiscal o con el director de tu banco, pero en cualquier caso con una persona de contrastado éxito y relevancia pública. No arriesgues tu patrimonio en una inversión personal que el común de los mortales nunca emprende y sin que sea avalada por ningún experto.

Ah, y el sexo, aléjalo totalmente de la estética, consúmelo como pornografía dura o como gimnasia que solo busca la excreción de los humores, la momentánea calma de las sensaciones de  ese picor tan improductivo, o el noble ejercicio de la reproducción de la especie. Cualquier contenido sexual mezclado al arte, cualquier interacción entre hormonas y emoción, feromonas y poesía, entre pintura y deseo, entre una melodía y un sensual suspiro, entre la textura de una piedra y una insinuante forma corporal, pueden producir una interacción  irresistible e irritante. Un fenómeno autodestructivo y alucinante y entonces no solo buscaras arte sino también carne, no solo música sino baile, tu escultura necesitará de un buen modelo. Tu pintura será la pintura de un desnudo, tu amante será a la vez tu musa y el ritmo de tu poesía irá in crescendo, hasta el éxtasis final en que tus humores quedaran derramados sobre el frío firme de una infraestructura socialmente necesaria.

5 comentarios:

  1. Excelente relato narrativo, digno de García Márquez.

    ResponderEliminar
  2. Tas pasao. No se si con la bebida o con algo más fuerte, pero creo que no riges del todo bien. Anda, ea, ea, ea, a dormirla y otro día me lo cuentas.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Yo tampoco debo regir muy bien....

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Obviamente, anark, tú también estas enferma, muy enferma, pero procuraremos darte dulces medicinas.

      Eliminar
  4. Magnífico intento de explicar ese magma que bulle en el interior de un creador excepcional como tú, Javier.

    ResponderEliminar