jueves, 12 de abril de 2012

Museo de sensaciones





Museo de sensaciones

Como aquel que abre baúles tras un duelo,
como el que entra en la buhardilla abigarrada,
como el que desempolva mirando un viejo álbum
de fotos de los fantasmas de la infancia
o limpia de carcoma el caballito
que cabalgo en esas siestas agostadas.

Cuando los muros de la casona se revientan
y el suelo cruje y el ambiente huele a moho,
cuando el espacio de tu celda es bien escaso
y te has propuesto aligerar los pies y el equipaje.
¿Que hay que salvar en la memoria?
¿Que documentos conservar de ese momento?
¿Que perfume traspasar como legado? 

Sin duda de la infancia quedan flases
de unos brazos alzados hacia el cielo
en espera de otros que te alcen.
De ese baño nocturno y somnoliento,
del olor de la toalla y el perfume.
Del cansancio tras los cantos de los niños
del aroma de los árboles del huerto.

Pero en otras edades son las risas,
la pasión lo prohibido y la aventura.
La escapada, la fuga y hasta el miedo,
la sensualidad descarnada y ese juego
a morir matando y tirarte al fuego.

Al final yo colecciono sensaciones
y prefiero la tibieza del recuerdo,
a sentir tibia la piel en todo el cuerpo.
Y me gusta de cada olor ese recuerdo
y el recuerdo del olor a mi me excita.

Y creo que me he convertido en comisario
de itinerantes exposiciones de ese mundo
que se almacena entre los polvos
de las ajadas vigas de la cubierta de mi vida.

Allí donde me encuentro, 
presento un día las risas
otro olores
e incluso un inventario de dolores
con el remedio conforme a la botica.

Pero hay una sala que venero
del museo de sensaciones que regento
que quiero que se acreciente cada día.
Por la única por la que vivo en la codicia:
la sala de  los amores de mi vida.

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