Peyote, desierto, cuaresma

Me sumergí dispuesto en el desierto

por sujetarme en la cuaresma a cualquier rito,

pero los cantos de las aves esteparias

me impidieron el vivirlo con acierto.

Del chotacabras me espanto su grito

y se burló el alcaraván de mis plegarias.

¿Para que exponerme a tentaciones

y alejarme de mi dulce Magdalena,

si negarme, negando los afectos,

solo puede hundirme en duras aflicciones?

¿Por qué evitarme su grato chute en vena

si solo puede exacerbar a mis defectos?

Pero al ponerse el sol sentí calor

y un sapo me confirmo que mi locura

era producto de una fiebre traicionera.

Y entonces el recuerdo volvióse agotador

y la sonrisa espejismo y calentura.

Ah, y volver del espejo una quimera.

El desierto se fue alejando del entorno

y  presentando el simbolismo de otros seres,

obligándome a rumiar solo demencia.

Consiguió que me repugne hasta el retorno

sin acabar de perfilar aquello que mas quieres

exigiéndome un plus de congruencia.

Pero a esa mágica luz hasta el ocaso,

le sucedió la negritud absoluta en la vigilia,

acompasada del titilar de los astros en el cielo

y el tremor de la fiebre, en el frío raso.

Y en esa soledad ya no hay mas filia,

ni sueños que te arrullen, hay desvelo.

¿Donde están los alacranes traicioneros,

cuando he expuesto mi cuerpo en su dominio?

¿O la víbora picuda que me aplique un poco de veneno?

¿Deberé, acaso, buscar desfiladeros

y aplicarme yo mismo el exterminio

si sé que ya en la vida a todo soy ajeno?

Y al oír a la lechuza di un respingo,

pues su ulular era mi propia carcajada

de un muerto sobrecogido ante su tumba.

Pero era cierto que en aquel distingo

entre una vida por terminar o terminada

a mi sesera, tenía yo, un poco tarumba.

Cuando el sol quiso alumbrar la blanca arena,

yo ya habia terminado el túmulo de cantos

y ejercitado mi espectral y nueva anatomía.

Un pastor que allí paso, mi tumba vio con pena,

pensó, otro muerto en el paraje, uno de tantos

y yo asentí riendo ... otro, pero lleno de alegría.